LA BILLETERA
Mi Madre siempre me enseñó que el dinero que
se gana con esfuerzo, Dios lo multiplica, pero el dinero fácil así como llega
de rápido, también se terminaba muy pronto y muchas veces era dinero maldito
que traía problemas.
Ella me levantaba temprano para ayudarla a
vender tostones que hacía de los plátanos que recogía de nuestra cosecha,
preparaba tortas, galletas, papas y jugo de naranjas, éstas también las agarrábamos
de nuestro patio, hacíamos además huevos sancochados, porque teníamos unas
gallinitas ponedoras, la gente los compraba con facilidad, porque si estaban
atrapados en el tráfico y no habían desayunado, entonces con un huevo y jugo de
naranja amortiguaban el hambrazón que le pega a uno en el estómago en la
mañana. Con todas esas cosas que les he
dicho, nos íbamos a venderlo al peaje, la utopista estaba relativamente cerca y
no es por presumir, pero siempre fui muy buen vendedor, yo gritaba:
-
¡Tostones pa´ los
papasotes!, ¡Galletas pa´ las más coquetas!, ¡Tortas pa´ los que están moscas!,
¡Papas pa´ el que trabaja!, ¡Jugo e´ naranja pal´ que no se raja! ¡Huevo
sancochados pa´ los desesperaos!”.
Y la mayoría de las veces alguien se reía y
me decía:
-
¡Epa chamito!, ven, dame un
tostón.
Así iba vendiendo poco a poco con mi mamá
durante toda la mañana. La pobreza y la tristeza no eran excusas para quedarse
de manos cruzadas. Desde que papá murió, todo era cuesta arriba, él era
albañil, la casita donde vivimos la hizo él, me enseñó la mayoría de las cosas
que sé, a pescar, hacer mezcla con cemento y arena, hacer papagayos y volarlos
en el cerro, me enseñó a sumar, restar, multiplicar y dividir, porque a leer me
enseñó mi mamá cuando tenía cinco años.
Papá también me enseñó sobre la naturaleza, en el patio sembramos
plátano, un arbolito de naranja, pimentón, y juntos vimos las aves anidar cerca
de la casa.
Me enseñó sobre las mujeres, que nunca
debíamos tratar de entenderlas, sino amarlas, porque cuando ellas se sienten
amadas son felices, y esposa feliz, hogar dichoso, a ellas hay que tratarlas
con respeto porque de una mujer es que uno nace y sufren mucho al darnos vida,
por eso hay que tratarlas como princesas.
Nunca, nunca, nunca hay que jugar con el
corazón de una mujer, porque Dios les dio corazones de cristal y si lo partes
no puedes repararlo con facilidad, pues el envoltorio del corazón de ellas es
de carne, pero por dentro es cristal, y cuando se rompe se vuelven amargadas,
odiosas, desconfiadas, y hasta groseras, que si algún día yo llegaba a ver a
una mujer así, recordara que alguien le rompió el corazón, que yo no debía
romper el corazón de mi mamá, ni del de ninguna niña. Lo único que debe un
hombre hacer es que ellas rían, no se les miente, aunque la verdad sea dura
debes decirla porque una mujer puede perdonarte por una verdad que lastime pero
no por una mentira, pues las mentiras duelen más, todo eso me lo enseñaba mi
papá.
Aquel día tan feo que no quiero recordar, mi
papi me prometió que regresaría temprano, pues cobraría por su trabajo e
iríamos a un lugar bonito con mamá, nos dijo que tendríamos que estar vestidos
y listos para salir, nos daría una sorpresa.
Todos los días se despedía y me besaba en la mejilla, yo me limpiaba y
le decía:
-
¡Ya estoy grande papá!, los
hombres no se besan.
-
¡A pues muchacho!, ¡Yo soy
tu papá y te besaré hasta que seas un viejo!. Recuerda que cuando yo no estoy,
tú eres el hombre de la casa. Cuida a mamá y hazle caso, llego temprano hoy.
No llegó… unos malandros del barrio me quitaron
a mi papá, él les entregó su sueldo pero aún así ellos lo hirieron, me dejaron
sin sábados de pesca, sin su risa escandalosa, sin la bendición que me daba en
las noches, sin mi amigo para volar los papagayos, sin mi maestro de
matemáticas, sin un papá que me abrazaba cuando tenía miedo.
Ni mamá, ni yo supimos qué sorpresa nos
daría, sabíamos que era algo muy importante, pero ya nada importaba. “Cuando yo no estoy, tú eres el hombre de la
casa”, siempre venía esa frase a mi cabeza, entonces por eso ayudaba en todo a
mi mamita, yo nunca la veía llorar, claro que si lloraba pero a escondidas,
como hacen las madres para hacerse las fuertes delante de uno. A veces la escuchaba sollozar en el cuarto,
yo entraba pero ella de inmediato secaba sus lágrimas y escondía la foto de
papá bajo su almohada. Mamá siempre
cantaba y reía cuando vendíamos, ella era muy amable y respetuosa con las
personas. Nunca le faltaba un “Buenos
días” en sus labios, incluso una vez me regañó porque yo no di los buenos días
en un autobús cuando fuimos al centro de la ciudad, yo le explicaba que ya
nadie respondía los buenos días, pero ella me insistía que uno no puede dejar
los buenos modales por la gente mal educada, porque eso sería ser como ellos.
Todos los días tenía buen humor, me
levantaba con besos y su acostumbrada frase: “¡Una gran mañana nos espera mi
campeón!”. Cuando no vendíamos nada su frase de costumbre era:
-
¡Mañana será un mejor día!.
En una de esas mañanas que nos fue mal con
las ventas, me acerqué a un señor que se bajó de su carro, estaba encorbatado
revisando quién sabe qué en su motor, le ofrecí algunas cosas:
-
Señor, ¿me compra unas
papas?.
-
No, gracias.
-
Tengo además jugo de naranja
por si tiene calor.
-
¡No me molestes carajito!.
-
¿Y una torta no quiere?.
-
¡No!.
-
¿Tostones?.
-
Tampoco, ¡Largo!. -Me gritó
dándome la espalda.
-
¿Sabe qué señor?, ¡Cómase un
huevo!
-
¿Cómo es la vaina
muchachito?. -Se volteó muy molesto.
-
Un huevo, cómase un
huevo. –Saqué un huevo de la canasta y
se lo mostré y seguí diciéndole:
-
Están sancochados señor,
recuerde que: ¡Barriga llena, corazón contento!.
-
Ah… era eso, pensé que me
estabas diciendo una grosería.
-
No, jamás señor. Entonces…
¿Unas galletas para el camino?.
-
Déjame en paz chamito, ¡deberías
estar en la escuela!. -Me respondió mal
humorado.
-
No señor, yo voy en las
tardes, en las mañanas ayudo a mi mamá.
-
¡Embuste!... ¿Cómo se llama
tu escuela?.
-
“Fe y Alegría”, queda a
cuatro cuadras de aquí y ya pasé para 5to grado.
-
¿Y no estás muy pequeño para
trabajar?. -Me preguntó poniendo mala
cara.
-
Bueno ya tengo 9 años y
siempre es mejor estar ocupado que ocioso en el barrio, una mente desocupada es
taller pal´ diablo, señor, así dice mi mamá.
-
¡No voy a comprar nada
niño!, no tengo plata, vete.
-
Apuesto que con esa camionetota
último modelo no debe tener dinero…chao señor.
Y el tipo se subió a su nave mirándome con
cara de fuchila, como si yo oliera mal, cosa que no es así porque siempre me
baño en el río por las mañanitas, me dio una rabia que me viera así, y antes de
cerrar la puerta del carro se le cayó su billetera sin darse él cuenta,
avanzando en la carretera pero no mucho porque había tráfico.
Yo agarré la billetera del viejo, la abrí,
la jurungué y tenía muchos billetes, incluso unos verdecitos que quién sabe de
dónde serían porque no entendía naditica de lo que estaba escrito en esos
bichos.
Quería decirle a mi mamá, pero segurito ella
me diría su sermón sobre el dinero fácil. Yo seguía mirando el carro, estaba
tan molesto, ¿a quién le va a gustar que lo traten mal?, pues a nadie, si a
usted lo tratan mal mínimo querría escupirle un ojo a alguien, y eso era lo que
yo quería, me provocaba ir y sacarle la lengua a ese viejo pendejo, mostrarle
el dedo de la grosería y escupir su carro, pero mi madre me vería, y ella jamás
haría eso con alguien, mamá era un ángel con todo el mundo, y así como ella
trataba a los demás, la gente la trataba así, me decían a cada rato: “¡Ay tu
mamá es un pan de Dios!”, “¡Qué bella persona es tu mami, debes estar orgulloso
de ella!”, y mis amigos del barrio me decían luego de conocerla: “Chamo te
sacaste la lotería con tu mamá. ¡Yo quisiera una mamá así como la tuya!”. Es que mi mamá nunca me gritaba, nunca me
golpeaba, ¿cómo no hacerle caso si todo me lo explicaba con amor?, la obedecía
no porque le tuviera miedo, sino porque la amaba.
Ella seguía vendiendo por la otra fila de
carros, y mientras tanto yo seguía allí sentado en una acera, saque entonces la
cédula del tipo, de apellido Salas por cierto, y dije callaito:
-
¡Ay Salas!, ¡Tas salao hoy!,
con estos billeticos puedo comprarme muchas cosas que quiero, incluso podría
comprarle a mi mamá un vestido nuevo, así como de los que usan las reinas.
Pero mientras pensaba todo eso, vi que un
policía bajaba esposado a un muchacho del autobús y apuntándolo con un arma.
Me acordé de mi papá cuando decía:
-
Vergüenza no sólo la sientes
cuando alguien te ve desnudo, también la sientes cuando haces algo malo y te
descubren, por eso uno debe vestirse de honradez, para no agachar el rostro por
la pena.
Y así iba el muchacho, con la cabeza
agachada con vergüenza y la gente del autobús le gritaba por las ventanas:
-
¡Ladrón!, ¡Ladrón!.
-
¡Pobre de la mujer que te
pario!.
-
¡Debería darte vergüenza!.
Yo miré la billetera y de inmediato
recapacité, el mejor vestido que puedo darle a mi madre es el orgullo, la
seguridad que su hijo es honrado y respetuoso, nadie sabría que yo encontré esa
billetera y me la quedé pudiendo devolverla a su dueño, pero yo sí lo sabría y
ese pensamiento no me dejaría en paz, ¡no soy un ladrón y eso no me
pertenece!. Jamás sería como los hombres
que atracaron a mi papá.
Él una vez dijo que la manera de saber si
estaba en el camino correcto es que éste fuese cuesta arriba, que fuera
difícil, porque los caminos de bajada son los más fáciles de andar pero son
barrancos donde nada bueno te puede esperar, y eso era muy cierto porque los
hombres que habían matado a papá habían muerto en un tiroteo con otra banda
enemiga. Al que anda mal le habrá de ir
mal, uno debe hacer lo bueno, porque el mundo está mal no por los malos, sino
porque los buenos han dejado de hacer lo que es correcto, decía mi padre.
Me levanté y caminé hacia el carro, el sol
ya estaba tan fuerte, yo sudaba no sé si eran los nervios o era el calor, si
estaba un poco asustado porque ¿y si el viejo pensaba que yo le habría sacado
la cartera del pantalón?, pero seguí caminando, toque la ventana de su auto, el
hombre me hizo señas de “NO”, quizás pensó que yo insistía en venderle algo, entonces
le mostré su billetera y el peló los ojos como dos huevos fritos del asombro y
de inmediato bajó el vidrio, yo le dije:
-
Se le cayó su billetera.
-
¿Cómo sabías que era
mía?. -Me preguntó.
Me quedé pensando y sí le decía que vi
cuando se le cayó me iba a preguntar por qué tardé en dársela, pero él mismo
exclamó:
-
¡Ah ya sé!, viste mi foto en
la cédula de identidad, ¿no?.
Yo asentí con la cabeza, él me sonrió y me
dio las gracias, tuve la ilusión que me recompensaría con un billetico pero no,
siguió de largo.
Por un momento me cuestioné sí habría hecho
bien o sí había sido un tonto en devolverla, pero creo que Dios me recompensó
al día siguiente pues vendí todos los tostones, papas, galletas y tortas que mi
madre me dio para vender.
Pasaron dos semanas después de eso, y
llamaron a mi madre de la escuela, que se presentara con urgencia, ella me
advirtió:
-
¡Ay muchachito! Espero que
no hayas hecho nada malo y no me vistas de vergüenza.
-
¡Te lo juro mamita linda que
no he hecho nada malo!. Le dije preocupado pues era la verdad, no había hecho
nada malo.
Luego de hablar en la dirección, mamá salió
muy contenta, gritando feliz:
-
Hijo, ¡Te becaron!
Mostrándome un bolso lleno de cuadernos y
útiles escolares, además de unos cupones que mi madre podría cambiar por comida
en un supermercado reconocido.
-
¡A la gente buena y honesta
en algún momento le pasan cosas muy buenas, hijito!. Me decía con entusiasmo mi madre.
Yo me acordé de aquella billetera que
devolví y pensé que mamá tenía razón en lo que decía. Después de eso nos
siguieron pasando cosas muy buenas. El
último jefe de mi padre fue a nuestra casa, era un señor que tenía una compañía
de construcción, tocó a nuestra puerta y preguntó por mi madre.
Yo lo hice pasar a la sala de nuestra casa,
y mientras que mi mami hablaba con él, fui a buscar café del termo y unas
galletas para ofrecerle a la visita. Y si no hay nada en la casa que ofrecer,
pues se ofrece agua antes que la persona la pida. Eso me enseñaron en mi casa.
El señor nos comentó que el día que papá
murió, ellos habían tenido una conversación importante, mi padre había firmado
un contrato por 5 años para seguir trabajando con su jefe, el señor Martínez,
quien le había dicho que de sus trabajadores, mi papá era el más responsable,
incluso el más respetuoso aún en los días que al señor Martínez se le volaban
los tapones con el mal humor.
Lo único que su jefe quería era que mi padre
estudiara y se preparara más, por eso papi iba a estudiar ingeniería; lo que él
siempre había soñado pero no había podido porque desde muy joven tuvo que
trabajar duro con su padre, mi abuelo. La
empresa le pagaría la inscripción y los 4 primeros semestres.
A mi mamá se le aguaraparon los ojos, pero
contuvo sus lágrimas, le respondió:
-
Bueno me alegra que se haya
tomado la molestia de venir hasta mi casa a contarme esto de mi esposo, y que
mi hijo escuche cómo era su padre en el trabajo y cuánto quería seguir
superándose. Él me había dicho que nos tenía una sorpresa, era esto que usted
me cuenta.
El señor Martínez dijo:
-
Lo estuve pensando mucho,
soy un hombre de palabra, el hecho que su esposo haya muerto no me libera de mi
promesa, quiero ser quien pague los primeros semestres de estudios cuando su
pequeño empiece la universidad, su esposo hizo mucho por mi empresa, podía
cerrar los ojos y dejarlo encargado de muchas cosas y sabía que las haría bien,
porque no sólo sabía de albañilería sino también de electricidad, fue un hombre
muy trabajador.
Me miró y me habló:
-
Niño, un día para saber si
tu padre era una persona de fiar, pues lo dejaría a cargo por 3 días de una
obra, dejé a su vista un dinero en un sobre que tenía mi nombre, me hice el
tonto, y le dije que había perdido un sobre, que probablemente lo había botado
en la estación de gasolina, tu padre cuando lo vio, gritó alegre:
-
Señor Martínez, ¡Encontré su
sobre con el dinero!. Ya no tendrá que preocuparse más. -Exclamó tu padre.
-
Luego que me lo entregó, le
mostré las cámaras, le dije que lo estaba observando, y al darme cuenta que era
una persona 100% confiable, no tendría duda de convertirlo en mi mano derecha y
pedirle que se quedara en mi compañía. No
puedes defraudar a tu padre, yo te ayudaré a pagar los primeros semestres de tu
universidad.
Y una vez más recordé la billetera que
devolví, y sonreí al saber que yo era como mi papá, que él habría hecho lo
mismo que yo, y que si pudiera verme estaría muy orgulloso de mí.
Pasó el
año escolar y el maestro Juan me pidió buscar algo:
-
Hijo vaya a la dirección y
pida la bandera para izarla por favor.
-
Si maestro, ya voy.
-
Gracias, date prisa, hijito.
Estando yo en la dirección buscando la bandera
que me pidió mi maestro, escuché al Director decir:
-
¡Buenos días, señor Salas!.
Como de costumbre en cada mes, usted por acá.
Cuando volteó era él, el tipo del que les
había contado, el dueño de la billetera. Él me sonrió diciendo:
-
¡Ajá muchachito! ¿Estás
sacando buenas notas?.
El Director me agarró por un hombro y habló
con su voz fuerte:
-
Te presento al señor Salas,
él es quién te becó.
El señor Salas se agachó a mi altura pues él
es bastante alto y me explicó:
-
Ese día que nos conocimos,
yo estaba muy molesto, nervioso, angustiado, en fin, debía comprar unos
medicamentos para mi esposa, que estaba muy grave de salud, de no haber tenido
la billetera no habría logrado adquirir la medicina y mucho menos habría podido
pagar la clínica y mi esposa, no se habría salvado, ese día obraste bien, y al
que obra bien, le va bien.
Me dio la mano y espelucó mi pelo.
Ya
estoy en 6to grado y el señor Salas aún me mantiene una beca con la única
condición que siga sacando excelentes calificaciones en lo que queda de mi
primaria y bachillerato. La gente
pensará que esa fue mi recompensa pero yo creo más bien, que así nunca hubiese
recibido algo del señor Salas, la recompensa más grande era saber que una vida
se salvó gracias a mi honestidad y eso me hace sentir orgulloso de mí mismo. Y
además estoy teniendo los buenos frutos de la honradez de mi padre, porque
también estaré becado por el señor Martínez en los primeros semestres de
Universidad.
Y aunque en la escuela y la universidad
aprenderé cosas muy importantes para una futura profesión, lo más importante de
la vida lo aprendí siguiendo las instrucciones de mis padres, aún en los
momentos en los que no sentí querer hacer lo correcto, lo hice, y tenían razón,
hacer lo que es bueno te hace sentir bien contigo mismo.
Autora: L. A. L. (Lili cuentacuentos)