domingo, 10 de julio de 2016

Mi mejor amigo Nacho



Mi mejor amigo Nacho

   Nunca había tenido un mejor amigo, aún y cuando ya tenía dos años viviendo en mi nuevo hogar.  Mi mamá trabajaba todos los días para llevar la comida a casa y casi nunca la veía, pues cuando llegaba yo dormía.

   Osy era mi único compañero de juegos lo prefería a él en vez de esos niños que me gritaban gocha por el acento que tenía, pues mi abuelita era de allá, y aunque yo había nacido en Valencia, me había criado mi abuela.  Me sentía muy sola.  Hasta que un día conocí a Nacho, era un cachorrito y le pedí a mi mamá que me lo comprara, no era de raza pura, pero era muy bonito, y al no ser de raza no costó mucho dinero y lo llevamos a casa.

   Al fin tenía un amigo, lo enseñé a ir al baño en un periódico y aprendió muy rápido.  Era mi mejor amigo, ya mamá no podía pegarme con la correa porque Nacho me defendía y si yo lloraba él aullaba de tristeza, me acompañaba en mis juegos, ¡yo era tan feliz con su compañía!.  Pero un día Nacho se portó mal, rompió una bolsa de basura y mi mamá se enojó mucho, y aunque yo ayudé a recoger la basura, mamá le dio una paliza y me dijo:

-          ¡Estoy harta de este perro!.

   No sé a qué se refería porque ella casi no estaba en la casa y era yo quien siempre le botaba su caca y también lo bañaba.  Mamá antes si amaba a Nacho cuando era cachorro, pero al crecer ya no lo quiso, yo no pude evitar que separara a Nacho de mí, no lo pude defender cómo él lo hacía conmigo.  Entendí que algunos adultos sólo aman a los niños y a los animales cuando estamos chiquitos porque les inspiramos ternura, pero cuando crecemos no entienden que somos traviesos, como sí ellos no hubiesen sido niños.


   Lloré mucho, pero de nada sirvió, porque lo regalaron a otra familia, Nacho dejó de comer y finalmente a las dos semanas de estar lejos de mí, murió.  Yo no pude hacer nada por mi mejor amigo, sólo era una niña, y en el mundo de los adultos pocas veces se escucha la opinión de un niño.

Autora: L.A.L. (Lili cuentacuentos)

sábado, 9 de julio de 2016

LA BILLETERA



LA BILLETERA


   Mi Madre siempre me enseñó que el dinero que se gana con esfuerzo, Dios lo multiplica, pero el dinero fácil así como llega de rápido, también se terminaba muy pronto y muchas veces era dinero maldito que traía problemas.

   Ella me levantaba temprano para ayudarla a vender tostones que hacía de los plátanos que recogía de nuestra cosecha, preparaba tortas, galletas, papas y jugo de naranjas, éstas también las agarrábamos de nuestro patio, hacíamos además huevos sancochados, porque teníamos unas gallinitas ponedoras, la gente los compraba con facilidad, porque si estaban atrapados en el tráfico y no habían desayunado, entonces con un huevo y jugo de naranja amortiguaban el hambrazón que le pega a uno en el estómago en la mañana.  Con todas esas cosas que les he dicho, nos íbamos a venderlo al peaje, la utopista estaba relativamente cerca y no es por presumir, pero siempre fui muy buen vendedor, yo gritaba:

-          ¡Tostones pa´ los papasotes!, ¡Galletas pa´ las más coquetas!, ¡Tortas pa´ los que están moscas!, ¡Papas pa´ el que trabaja!, ¡Jugo e´ naranja pal´ que no se raja! ¡Huevo sancochados pa´ los desesperaos!”.

   Y la mayoría de las veces alguien se reía y me decía:

-          ¡Epa chamito!, ven, dame un tostón.

   Así iba vendiendo poco a poco con mi mamá durante toda la mañana. La pobreza y la tristeza no eran excusas para quedarse de manos cruzadas. Desde que papá murió, todo era cuesta arriba, él era albañil, la casita donde vivimos la hizo él, me enseñó la mayoría de las cosas que sé, a pescar, hacer mezcla con cemento y arena, hacer papagayos y volarlos en el cerro, me enseñó a sumar, restar, multiplicar y dividir, porque a leer me enseñó mi mamá cuando tenía cinco años.  Papá también me enseñó sobre la naturaleza, en el patio sembramos plátano, un arbolito de naranja, pimentón, y juntos vimos las aves anidar cerca de la casa.  

   Me enseñó sobre las mujeres, que nunca debíamos tratar de entenderlas, sino amarlas, porque cuando ellas se sienten amadas son felices, y esposa feliz, hogar dichoso, a ellas hay que tratarlas con respeto porque de una mujer es que uno nace y sufren mucho al darnos vida, por eso hay que tratarlas como princesas.

   Nunca, nunca, nunca hay que jugar con el corazón de una mujer, porque Dios les dio corazones de cristal y si lo partes no puedes repararlo con facilidad, pues el envoltorio del corazón de ellas es de carne, pero por dentro es cristal, y cuando se rompe se vuelven amargadas, odiosas, desconfiadas, y hasta groseras, que si algún día yo llegaba a ver a una mujer así, recordara que alguien le rompió el corazón, que yo no debía romper el corazón de mi mamá, ni del de ninguna niña. Lo único que debe un hombre hacer es que ellas rían, no se les miente, aunque la verdad sea dura debes decirla porque una mujer puede perdonarte por una verdad que lastime pero no por una mentira, pues las mentiras duelen más, todo eso me lo enseñaba mi papá.

   Aquel día tan feo que no quiero recordar, mi papi me prometió que regresaría temprano, pues cobraría por su trabajo e iríamos a un lugar bonito con mamá, nos dijo que tendríamos que estar vestidos y listos para salir, nos daría una sorpresa.  Todos los días se despedía y me besaba en la mejilla, yo me limpiaba y le decía:

-          ¡Ya estoy grande papá!, los hombres no se besan.

-          ¡A pues muchacho!, ¡Yo soy tu papá y te besaré hasta que seas un viejo!. Recuerda que cuando yo no estoy, tú eres el hombre de la casa. Cuida a mamá y hazle caso, llego temprano hoy.

   No llegó… unos malandros del barrio me quitaron a mi papá, él les entregó su sueldo pero aún así ellos lo hirieron, me dejaron sin sábados de pesca, sin su risa escandalosa, sin la bendición que me daba en las noches, sin mi amigo para volar los papagayos, sin mi maestro de matemáticas, sin un papá que me abrazaba cuando tenía miedo.

   Ni mamá, ni yo supimos qué sorpresa nos daría, sabíamos que era algo muy importante, pero ya nada importaba.  “Cuando yo no estoy, tú eres el hombre de la casa”, siempre venía esa frase a mi cabeza, entonces por eso ayudaba en todo a mi mamita, yo nunca la veía llorar, claro que si lloraba pero a escondidas, como hacen las madres para hacerse las fuertes delante de uno.  A veces la escuchaba sollozar en el cuarto, yo entraba pero ella de inmediato secaba sus lágrimas y escondía la foto de papá bajo su almohada.  Mamá siempre cantaba y reía cuando vendíamos, ella era muy amable y respetuosa con las personas.  Nunca le faltaba un “Buenos días” en sus labios, incluso una vez me regañó porque yo no di los buenos días en un autobús cuando fuimos al centro de la ciudad, yo le explicaba que ya nadie respondía los buenos días, pero ella me insistía que uno no puede dejar los buenos modales por la gente mal educada, porque eso sería ser como ellos.

   Todos los días tenía buen humor, me levantaba con besos y su acostumbrada frase: “¡Una gran mañana nos espera mi campeón!”. Cuando no vendíamos nada su frase de costumbre era:

-          ¡Mañana será un mejor día!.

   En una de esas mañanas que nos fue mal con las ventas, me acerqué a un señor que se bajó de su carro, estaba encorbatado revisando quién sabe qué en su motor, le ofrecí algunas cosas:
-          Señor, ¿me compra unas papas?.

-          No, gracias.

-          Tengo además jugo de naranja por si tiene calor.

-          ¡No me molestes carajito!.

-          ¿Y una torta no quiere?.

-          ¡No!.

-          ¿Tostones?.

-          Tampoco, ¡Largo!. -Me gritó dándome la espalda.

-          ¿Sabe qué señor?, ¡Cómase un huevo!

-          ¿Cómo es la vaina muchachito?. -Se volteó muy molesto.

-          Un huevo, cómase un huevo.  –Saqué un huevo de la canasta y se lo mostré y seguí diciéndole:

-          Están sancochados señor, recuerde que: ¡Barriga llena, corazón contento!.

-          Ah… era eso, pensé que me estabas diciendo una grosería.

-          No, jamás señor. Entonces… ¿Unas galletas para el camino?.

-          Déjame en paz chamito, ¡deberías estar en la escuela!.  -Me respondió mal humorado.

-          No señor, yo voy en las tardes, en las mañanas ayudo a mi mamá.

-          ¡Embuste!... ¿Cómo se llama tu escuela?.

-          “Fe y Alegría”, queda a cuatro cuadras de aquí y ya pasé para 5to grado.


-          ¿Y no estás muy pequeño para trabajar?.  -Me preguntó poniendo mala cara.

-          Bueno ya tengo 9 años y siempre es mejor estar ocupado que ocioso en el barrio, una mente desocupada es taller pal´ diablo, señor, así dice mi mamá.

-          ¡No voy a comprar nada niño!, no tengo plata, vete.

-          Apuesto que con esa camionetota último modelo no debe tener dinero…chao señor.

   Y el tipo se subió a su nave mirándome con cara de fuchila, como si yo oliera mal, cosa que no es así porque siempre me baño en el río por las mañanitas, me dio una rabia que me viera así, y antes de cerrar la puerta del carro se le cayó su billetera sin darse él cuenta, avanzando en la carretera pero no mucho porque había tráfico.

   Yo agarré la billetera del viejo, la abrí, la jurungué y tenía muchos billetes, incluso unos verdecitos que quién sabe de dónde serían porque no entendía naditica de lo que estaba escrito en esos bichos.

   Quería decirle a mi mamá, pero segurito ella me diría su sermón sobre el dinero fácil. Yo seguía mirando el carro, estaba tan molesto, ¿a quién le va a gustar que lo traten mal?, pues a nadie, si a usted lo tratan mal mínimo querría escupirle un ojo a alguien, y eso era lo que yo quería, me provocaba ir y sacarle la lengua a ese viejo pendejo, mostrarle el dedo de la grosería y escupir su carro, pero mi madre me vería, y ella jamás haría eso con alguien, mamá era un ángel con todo el mundo, y así como ella trataba a los demás, la gente la trataba así, me decían a cada rato: “¡Ay tu mamá es un pan de Dios!”, “¡Qué bella persona es tu mami, debes estar orgulloso de ella!”, y mis amigos del barrio me decían luego de conocerla: “Chamo te sacaste la lotería con tu mamá. ¡Yo quisiera una mamá así como la tuya!”.   Es que mi mamá nunca me gritaba, nunca me golpeaba, ¿cómo no hacerle caso si todo me lo explicaba con amor?, la obedecía no porque le tuviera miedo, sino porque la amaba. 
   Ella seguía vendiendo por la otra fila de carros, y mientras tanto yo seguía allí sentado en una acera, saque entonces la cédula del tipo, de apellido Salas por cierto, y dije callaito:

-          ¡Ay Salas!, ¡Tas salao hoy!, con estos billeticos puedo comprarme muchas cosas que quiero, incluso podría comprarle a mi mamá un vestido nuevo, así como de los que usan las reinas.

   Pero mientras pensaba todo eso, vi que un policía bajaba esposado a un muchacho del autobús y apuntándolo con un arma.

   Me acordé de mi papá cuando decía:

-          Vergüenza no sólo la sientes cuando alguien te ve desnudo, también la sientes cuando haces algo malo y te descubren, por eso uno debe vestirse de honradez, para no agachar el rostro por la pena.

   Y así iba el muchacho, con la cabeza agachada con vergüenza y la gente del autobús le gritaba por las ventanas:

-          ¡Ladrón!, ¡Ladrón!.

-          ¡Pobre de la mujer que te pario!.


-          ¡Debería darte vergüenza!.

   Yo miré la billetera y de inmediato recapacité, el mejor vestido que puedo darle a mi madre es el orgullo, la seguridad que su hijo es honrado y respetuoso, nadie sabría que yo encontré esa billetera y me la quedé pudiendo devolverla a su dueño, pero yo sí lo sabría y ese pensamiento no me dejaría en paz, ¡no soy un ladrón y eso no me pertenece!.  Jamás sería como los hombres que atracaron a mi papá. 

   Él una vez dijo que la manera de saber si estaba en el camino correcto es que éste fuese cuesta arriba, que fuera difícil, porque los caminos de bajada son los más fáciles de andar pero son barrancos donde nada bueno te puede esperar, y eso era muy cierto porque los hombres que habían matado a papá habían muerto en un tiroteo con otra banda enemiga.  Al que anda mal le habrá de ir mal, uno debe hacer lo bueno, porque el mundo está mal no por los malos, sino porque los buenos han dejado de hacer lo que es correcto, decía mi padre.

   Me levanté y caminé hacia el carro, el sol ya estaba tan fuerte, yo sudaba no sé si eran los nervios o era el calor, si estaba un poco asustado porque ¿y si el viejo pensaba que yo le habría sacado la cartera del pantalón?, pero seguí caminando, toque la ventana de su auto, el hombre me hizo señas de “NO”, quizás pensó que yo insistía en venderle algo, entonces le mostré su billetera y el peló los ojos como dos huevos fritos del asombro y de inmediato bajó el vidrio, yo le dije:

-          Se le cayó su billetera.

-          ¿Cómo sabías que era mía?.  -Me preguntó.

   Me quedé pensando y sí le decía que vi cuando se le cayó me iba a preguntar por qué tardé en dársela, pero él mismo exclamó:
-          ¡Ah ya sé!, viste mi foto en la cédula de identidad, ¿no?.

   Yo asentí con la cabeza, él me sonrió y me dio las gracias, tuve la ilusión que me recompensaría con un billetico pero no, siguió de largo.

   Por un momento me cuestioné sí habría hecho bien o sí había sido un tonto en devolverla, pero creo que Dios me recompensó al día siguiente pues vendí todos los tostones, papas, galletas y tortas que mi madre me dio para vender.

   Pasaron dos semanas después de eso, y llamaron a mi madre de la escuela, que se presentara con urgencia, ella me advirtió:

-          ¡Ay muchachito! Espero que no hayas hecho nada malo y no me vistas de vergüenza.

-          ¡Te lo juro mamita linda que no he hecho nada malo!. Le dije preocupado pues era la verdad, no había hecho nada malo.

   Luego de hablar en la dirección, mamá salió muy contenta, gritando feliz:

-          Hijo, ¡Te becaron!

   Mostrándome un bolso lleno de cuadernos y útiles escolares, además de unos cupones que mi madre podría cambiar por comida en un supermercado reconocido.

-          ¡A la gente buena y honesta en algún momento le pasan cosas muy buenas, hijito!.  Me decía con entusiasmo mi madre.

   Yo me acordé de aquella billetera que devolví y pensé que mamá tenía razón en lo que decía. Después de eso nos siguieron pasando cosas muy buenas.  El último jefe de mi padre fue a nuestra casa, era un señor que tenía una compañía de construcción, tocó a nuestra puerta y preguntó por mi madre.

   Yo lo hice pasar a la sala de nuestra casa, y mientras que mi mami hablaba con él, fui a buscar café del termo y unas galletas para ofrecerle a la visita. Y si no hay nada en la casa que ofrecer, pues se ofrece agua antes que la persona la pida. Eso me enseñaron en mi casa.

   El señor nos comentó que el día que papá murió, ellos habían tenido una conversación importante, mi padre había firmado un contrato por 5 años para seguir trabajando con su jefe, el señor Martínez, quien le había dicho que de sus trabajadores, mi papá era el más responsable, incluso el más respetuoso aún en los días que al señor Martínez se le volaban los tapones con el mal humor. 

   Lo único que su jefe quería era que mi padre estudiara y se preparara más, por eso papi iba a estudiar ingeniería; lo que él siempre había soñado pero no había podido porque desde muy joven tuvo que trabajar duro con su padre, mi abuelo.  La empresa le pagaría la inscripción y los 4 primeros semestres.

  A mi mamá se le aguaraparon los ojos, pero contuvo sus lágrimas, le respondió:

-          Bueno me alegra que se haya tomado la molestia de venir hasta mi casa a contarme esto de mi esposo, y que mi hijo escuche cómo era su padre en el trabajo y cuánto quería seguir superándose. Él me había dicho que nos tenía una sorpresa, era esto que usted me cuenta.

   El señor Martínez dijo:

-          Lo estuve pensando mucho, soy un hombre de palabra, el hecho que su esposo haya muerto no me libera de mi promesa, quiero ser quien pague los primeros semestres de estudios cuando su pequeño empiece la universidad, su esposo hizo mucho por mi empresa, podía cerrar los ojos y dejarlo encargado de muchas cosas y sabía que las haría bien, porque no sólo sabía de albañilería sino también de electricidad, fue un hombre muy trabajador.

Me miró y me habló:

-          Niño, un día para saber si tu padre era una persona de fiar, pues lo dejaría a cargo por 3 días de una obra, dejé a su vista un dinero en un sobre que tenía mi nombre, me hice el tonto, y le dije que había perdido un sobre, que probablemente lo había botado en la estación de gasolina, tu padre cuando lo vio, gritó alegre:

-          Señor Martínez, ¡Encontré su sobre con el dinero!. Ya no tendrá que preocuparse más. -Exclamó tu padre.

-          Luego que me lo entregó, le mostré las cámaras, le dije que lo estaba observando, y al darme cuenta que era una persona 100% confiable, no tendría duda de convertirlo en mi mano derecha y pedirle que se quedara en mi compañía.  No puedes defraudar a tu padre, yo te ayudaré a pagar los primeros semestres de tu universidad.

   Y una vez más recordé la billetera que devolví, y sonreí al saber que yo era como mi papá, que él habría hecho lo mismo que yo, y que si pudiera verme estaría muy orgulloso de mí.

  Pasó el año escolar y el maestro Juan me pidió buscar algo:

-          Hijo vaya a la dirección y pida la bandera para izarla por favor.

-          Si maestro, ya voy.

-          Gracias, date prisa, hijito.

 Estando yo en la dirección buscando la bandera que me pidió mi maestro, escuché al Director decir:

-          ¡Buenos días, señor Salas!. Como de costumbre en cada mes, usted por acá.

   Cuando volteó era él, el tipo del que les había contado, el dueño de la billetera. Él me sonrió diciendo:

-          ¡Ajá muchachito! ¿Estás sacando buenas notas?.

   El Director me agarró por un hombro y habló con su voz fuerte:

-          Te presento al señor Salas, él es quién te becó.

   El señor Salas se agachó a mi altura pues él es bastante alto y me explicó:

-          Ese día que nos conocimos, yo estaba muy molesto, nervioso, angustiado, en fin, debía comprar unos medicamentos para mi esposa, que estaba muy grave de salud, de no haber tenido la billetera no habría logrado adquirir la medicina y mucho menos habría podido pagar la clínica y mi esposa, no se habría salvado, ese día obraste bien, y al que obra bien, le va bien.

   Me dio la mano y espelucó mi pelo. 

   Ya estoy en 6to grado y el señor Salas aún me mantiene una beca con la única condición que siga sacando excelentes calificaciones en lo que queda de mi primaria y bachillerato.  La gente pensará que esa fue mi recompensa pero yo creo más bien, que así nunca hubiese recibido algo del señor Salas, la recompensa más grande era saber que una vida se salvó gracias a mi honestidad y eso me hace sentir orgulloso de mí mismo.   Y además estoy teniendo los buenos frutos de la honradez de mi padre, porque también estaré becado por el señor Martínez en los primeros semestres de Universidad.


   Y aunque en la escuela y la universidad aprenderé cosas muy importantes para una futura profesión, lo más importante de la vida lo aprendí siguiendo las instrucciones de mis padres, aún en los momentos en los que no sentí querer hacer lo correcto, lo hice, y tenían razón, hacer lo que es bueno te hace sentir bien contigo mismo.

Autora: L. A. L. (Lili cuentacuentos)

martes, 5 de julio de 2016

Sembrar gente



SEMBRAR GENTE
David: Mamá y eso ¿qué es?
Yo: Gente llevando a una persona muerta al cementerio.
David: ¿y para qué la llevan allá?.
Yo: Para enterrarla, cuando las personas mueren las entierran.
David: Aaaaah, las siembran ¿así como las semillas que yo sembré? se siembra la gente entonces mamá.
Yo: Si. La semilla muere y sale una planta, un árbol muuuuy grande que casi llega al cielo, y la gente también debe morir como la semilla para que salga el alma y llegue al cielo.
David: ¿Con Papito Dios?.
Yo: Si, para ir con Papito Dios.

Autora: L. A. L (Lili cuentacuentos)

Más mamá


MÁS MAMÁ:

David: Mamá, yo estoy casao (casado) contigo, mi papá y mi hermanito también.
Yo: Si, tengo 3 guapos que me casaron, me atraparon y me amarraron a sus corazones.
David: Si pero conmigo tú tas más casada mamá.
Yo: ¿Por qué contigo más?
David: Porque si mamá, yo quiero más mamá para mi solo.


   Autora: L. A. L. (Lili cuentacuentos)